Según el grupo de expertos de Naciones Unidas por el cambio climático, en el 2030 la Tierra alcanzará un calentamiento global de 2,8 °C por encima de la era preindustrial si no se reducen drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto supone un panorama catastrófico en el que se intensificaran los desastres climáticos. Ante este panorama, en Argentina crece una tendencia que pretende salvar al mundo de su extinción. Se trata del living soil, un método orgánico y regenerativo de producir marihuana que no solo logra las flores más sabrosas: también es una contracultura de jóvenes que se oponen a la hegemonía contaminante de la agroindustria.
En el último siglo, la ciencia ficción ha elaborado algunas teorías sobre cómo podría extinguirse la vida en el planeta Tierra. Ataques zombis, colapsos nucleares e invasiones alienígenas son tan solo algunas de las predicciones que tuvieron los autores que imaginaron qué desencadenaría la catástrofe. Pero la respuesta a la potencial desaparición de nuestra especie hoy está más obvia que nunca: el colapso ambiental es inminente y los cuatro jinetes del apocalipsis –aire, fuego, tierra y aire– cabalgan desde nuestro ombligo hacia el destino final. El mundo arde y, aunque la internacional de la derecha lo niegue, los datos matan su relato.
Según el Grupo Intergubernamental de Expertos Sobre Cambio Climático (IPCC), si los países que firmaron el Acuerdo de París cumplieran sus compromisos para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero, en el año 2030 el planeta llegaría a una temperatura de 1,5 °C superior a la era preindustrial. Pero no hay tal contención, y la contaminación aumenta cada vez más. Un reciente estudio realizado por Oxfam ha asegurado que el uno por ciento más rico del planeta tan solo ha necesitado los primeros diez días del 2025 para emitir su parte de dióxido de carbono per cápita que le corresponde anualmente, calculada en unas 2,1 t. Se tratan de setenta y siete millones de personas que ganan más de 136.000 € al año y que emiten unas setenta y seis toneladas de CO2 cada doce meses, principalmente, por sus viajes en jets privados.